Cantaba adelantándose un pelo, justo un pelo a la canción. A veces se levantaba del sillón que había hecho suyo y, con el
cubalitro lleno tan solo de hielos, alzaba los brazos y movía las caderas con los ojos cerrados, le daba un trago a la
bebida y se volvía a sentar. De verdad, era un
show ver a la rubia.