9.7.09


Al noveno mes vivir en aquella amargura que me consumía le conocí. Llegó de repente, o más bien fui yo quien hizo que pareciese fortuito, hasta tal punto que me lo terminé creyendo.

Perdí el reloj el primer día que le vi, pero me convenció de que no lo necesitaba: "tú no consumes tiempo porque no venden el tiempo en las tiendas, nadie tiene una despensa con tiempo... el tiempo te consume a ti." Y esa fue la última vez que miré la hora.

Nos gustaba salir por la noche y enredarnos bajo las sábanas por el día. Comíamos en los tiempos muertos y corríamos para llegar lo más tarde posible.

Sin duda, cuando estábamos juntos el tiempo parecía detenerse. El Sol era una linterna que se iba apagando hasta convertirse en la Luna, un mero resquicio del fulgente pasado. Las estrellas pertenecían a esos restos, la dispersión de una vida.

No sé cómo sucedió todo. Cuando empezó el frío a él se lo llevó la blanca Caillech. En cuanto a mí... me compré un reloj nuevo para contar el tiempo que tarda en volver.