28.8.08

7.37 am, llueve. El estrépito perturbado de las gotas de lluvia contra el rosetón no me deja dormir. Me desperezo poco a poco: estiro los brazos, y arqueo la espalda y me retuerzo, me deshago de las sábanas, extiendo las piernas y me incorporo en el borde de la cama.

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Deléitese con el olor a piedra y tierra mojadas que desprenden las paredes frías de mi habitación, haga usted el favor.
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7.55 am. Me ruge el estómago. "Ya voy, cielo. Ayer compré magdalenas ricas y esponjosas, todas para ti", le digo a mi tripa. No es que esté embarazada ni nada de eso, es que las entrañas también tienen sentimientos: el interior es lo que cuenta.

8.16 am. Las últimas gotas de lluvia, extasiadas, reclaman un poco de atención, y caen intermitentes hasta que por fin callan.